Por: Alfredo Molano Bravo
Todos los
intentos de reformar la estructura agraria han fracasado. Desde el gobierno de
López Pumarejo hasta el de Andrés Pastrana no se ha hecho nada distinto a
titular baldíos, una estrategia pragmática, dada la radical oposición de los
latifundistas —armada unas veces, parlamentaria otras— a ceder un centímetro de
lo acumulado bajo todas las formas de adquisición.
Entre 1930 y 1970 se adjudicaron unos 11 millones de
hectáreas. Las pocas tierras tituladas a los colonos, siempre por intermedio de
gamonales y contraprestaciones electorales, terminan en manos de los
terratenientes por la mera lógica del mercado. Los colonos entran en bancarrota
por las deudas con los comerciantes, que les han vendido caro lo que necesitan
para hacer mejoras y comprado barato las cosechas que sacan a la plaza. Cuando
el Estado titula, facilita la venta de mejoras a los hacendados y beneficia a
los bancos. Así, la colonización es, en realidad, una avanzada del latifundio.
Pasará algo muy parecido con las tierras que el
Gobierno logre restituir. Una vez devuelto y titulado el predio, el campesino
puede entrar en una de esas siniestras Alianzas Productivas, o venderle —a las
buenas o a las malas— a un gran propietario de la zona. En cualquier caso, la
titulación es una forma de intermediación para que todo siga igual. En diez
años, y habida cuenta del impulso que los gobiernos les darán a las zonas de
desarrollo empresarial y a la expansión de la agroindustria, los predios
restituidos caerán de nuevo en manos de los terratenientes. Cosa de tiempo. De
poco tiempo.
¿Cómo frenar esta dinámica? En 1994, la Ley 160 creó
la figura de Zonas de Reserva Campesina (ZRC) como una talanquera —igual que
los resguardos indígenas o los consejos territoriales— para proteger a los
campesinos y evitar que continúen tumbando montaña o se conviertan en
asalariados rurales o urbanos. La pieza clave de esa reforma es la Unidad
Agrícola Familiar (UAF): la cantidad de tierra necesaria para sostener con
dignidad —y dar trabajo— a una familia nuclear. Uribe y Santos han querido
liquidar este concepto de UAF para titular los baldíos a grandes empresas
nacionales o transnacionales. En pocas palabras: para impedir que la tierra
continúe concentrándose no hay solución práctica distinta a la creación de ZRC.
Ello equivale, más que a una reforma agraria clásica, a un reordenamiento
territorial de carácter social y ambiental. La campesina no es solo una
economía, es, ante todo, una cultura y por tanto para sobrevivir supone un
territorio específico donde esté proscrita la concentración de la tierra. Una
familia campesina puede comprar o vender una UAF, pero ningún particular puede
comprar dentro de las ZRC varias fincas para hacer una hacienda. Es el
principio básico. En lugar de esas nefastas y tramposas Zonas de Consolidación,
controladas por la inteligencia militar para excluir campesinos y manejar
recursos sociales con fines militares, el Gobierno debe soltar la tierra, como
dice Darío Fajardo. Acordar con las Farc y con el Eln la creación de amplias
ZRC en regiones fértiles y no en peladeros; desarrollar programas de crédito
subsidiado tal como lo hace para la agroindustria de biocombustibles; contratar
la construcción de vías con comunidades campesinas y no con ingenieros
militares. Las Reservas Campesinas no podrían echar raíces ni sostenerse a la
larga sin ser complementadas con mercados campesinos que se brinquen la intermediación
especulativa entre cultivadores y consumidores. Todo esto se ha dicho; todos
son programas legales y factibles. Y serían, si de verdad se quiere aclimatar
la paz, una de las garantías más sólidas para cambiar fusiles por votos y
tatucos por azadones. Se oirán las voces de los generales sindicando a las ZRC
de Repúblicas Independientes y los gritos de los dirigentes gremiales
acusándolas de violar el sagrado recinto de la propiedad privada y de atentar
contra la libertad de mercado. Se oirá en el foro sobre Política de Desarrollo
Agrario Integral que se inaugura mañana lunes en el Centro de Convenciones
Gonzalo Jiménez de Quesada.
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