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Foto ilustrativa. Fuente. Internet. |
Tomado de: www.lasillavacia.com
Por: Dejusticia, Vie, 2014-07-04 13:36
Por Diana Rodríguez y Celeste Kauffman
Mientras el Gobierno no ha vuelto a hablar mucho de
la locomotora minera porque parece no haber crecido como se esperaba, una nueva
locomotora parece estar calentando motores: la del “fracking” o los no
convencionales. Aún estamos a tiempo de
detenerla.
El fraccionamiento hidráulico (o fracking) es una
técnica para explotar hidrocarburos no convencionales (gas de esquisto) que se
encuentran atrapados en capas de roca. Para fraccionar la roca y permitir que
el gas salga, se inyectan a alta presión grandes cantidades de agua mezcladas
con arena y químicos. El gas de esquisto
brota a la superficie junto con mucha de esta mezcla química. Dicha técnica se
ha utilizado a pequeña escala durante décadas, pero en los últimos años se ha
comenzado a hacer a gran escala, dada la necesidad económica de buscar
alternativas al petróleo y la simultánea reducción en los costos de producción
del fracking.
Colombia publicará el 11 de agosto la lista de
empresas a las que se les adjudicaron áreas de exploración de yacimientos no
convencionales, que hasta ahora cuenta con 19 bloques, la mayoría en el
Magdalena Medio y el Catatumbo. Con ello, Colombia busca unirse a la llamada
“revolución de gas esquisto” que comenzó en Estados Unidos.
Resulta sorprendente que Colombia se esté montando
a esta locomotora cuando otros países la están frenando. A la misma velocidad a
la que se montaron, varios países se están bajando de este modelo de
explotación. Entre ellos se encuentran
Alemania, Bulgaria, Francia y Sudáfrica que prohibieron el fracking. Lo mismo han hecho algunas provincias de
Canadá y España. Incluso lo han hecho
algunos de los estados pioneros de la revolución en Estados Unidos, como Nueva
York, junto con otros 418 gobiernos locales y estatales que lo han prohibido o
decretado moratorias.
¿Por qué este cambio de rumbo tan drástico y tan
rápido? Las regiones que han experimentado con el fraccionamiento hidráulico en
búsqueda de soluciones a su crisis de energía, entendieron que no todo lo que
brilla es oro. A pesar del milagro energético y económico que prometió ser la
industria del gas, en muchos casos, los costos ambientales del fracking superan
los beneficios. De ahí la poderosa movilización ciudadana para detenerlo.
La industria del gas y sus defensores (entre ellos
el Presidente Santos) sostienen que el fracking tiene múltiples ventajas. El
gas natural es una energía alternativa menos costosa que el petróleo y menos
dañina para el medioambiente que el carbón. Asimismo, la industria del fracking
genera empleo y además, ofrece la posibilidad de lograr la independencia
energética.
Pero lo cierto es que las desventajas son muchas, e
incluso la validez de algunas de dichas ventajas ha sido cuestionada. Un primer riesgo del fracking es la
contaminación y el agotamiento de las fuentes hídricas. El fracking requiere
mucha más agua que la minería tradicional (aproximadamente 5 millones de
galones por cada “frack.”) Recordamos además, que esta agua se mezcla con
químicos y arena, y que gran parte de esta mezcla vuelve a la superficie con el
gas. Esto ha ocasionado la contaminación del agua superficial y subterránea en
mucho lugares y generado problemas con respecto al manejo del agua contaminada
que vuelve a la superficie.
Las capas de roca subterráneas contienen gases y
químicos dañinos para el medioambiente y la salud humana, como el metano y el
arsénico. El fracking los libera al entorno humano. Ya se han encontrado
niveles elevados de arsénico (un carcinógeno) en regiones donde se hace
fracking. Recordemos además que el metano
es el segundo gas que más contribuye al cambio climático, después del dióxido
de carbono. Fugas de metano durante el
proceso de fracking reducen, o anulan, los beneficios climáticos de usar gas
que la industria defiende.
Con respeto a las supuestas ventajas económicas, en
países como EE.UU se ha documentado que pozos que producen grandes cantidades
de gas en un comienzo, han experimentado una caída en su producción de hasta un
70 por ciento en el primer año. De
hecho, para mantener su producción actual, EE.UU deberá perforar anualmente
6000 pozos. Es decir, el boom no parece ser tan duradero como creían. Frente a
las promesas del empleo, basta recordar cómo la locomotora minera incumplió
esta promesa.
Teniendo en cuenta estos riesgos, y la
incertidumbre con respeto a las supuestas ventajas, bien haría Colombia en
seguir el ejemplo de muchos países y detener por completo esta locomotora. Pero si el Presidente se empeña en
impulsarla, debería al menos declarar una moratoria mientras piensan bien cómo
regularla.
En dado caso, consideramos que la regulación
colombiana debería tener al menos los siguientes componentes:
1. Exigir buenas prácticas para el manejo del agua
contaminada y prohibir el fracking en zonas que ya sufren de escasez de agua.
2. Exigir buenas prácticas para prevenir la
contaminación del aire, y no permitir el fracking en zonas habitadas.
3. Exigir que las empresas publiquen los químicos
que usan en el proceso.
4. Exigir que las empresas, y no los ciudadanos o
el gobierno colombiano, paguen por los daños ambientales causados por el
fracking y por el costo de remediación de accidentes.
5.
Garantizar que los proyectos de fracking sean consultados de manera
activa y eficaz con los municipios afectados, como lo exigió recientemente la
Corte Constitucional para los proyectos mineros.
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